Estamos caminando el tiempo de Adviento con el propósito de volver a Dios para celebrar bien la
Navidad. Pero este camino lo podemos realizar solamente cuando captamos desde la fe que tenemos que convertirnos en «pequeños» para comprender el Reino que nos anuncia Jesucristo, el Señor. El Evangelio de este domingo (Mc 1,1-8), nos dice: «Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos». El pasado 8 de Diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan querida por el pueblo de Dios. Habitualmente en ese día he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Es cierto que este tema de la pureza no sólo está olvidado, sino que padece la agresión de propuestas consumistas que bombardean valores esenciales, como la vida y la familia. El ambiente propone muchas veces estilos de vida donde lo único válido es la compra y venta, y exalta un relativismo que elimina la consideración ética del bien y del mal… Nuestros adolescentes son víctimas de contextos sociales donde la familia es anulada, y el estado muchas veces se ausenta, permitiendo el crecimiento anárquico de la droga, el alcohol, la prostitución infantil… Es paradójico que los noticieros y programas periodísticos se asombren del crecimiento de la delincuencia juvenil y, por otro lado, en muchos casos fomenten todo tipo de formas violentas y relativistas. Digo asombroso, porque no se preguntan sobre las causas que provocan el crecimiento de la droga, el alcoholismo o la promiscuidad. Muchos, hipócritamente, se asombran de la violencia juvenil o de los embarazos precoces y por otro lado fomentan el consumo de la droga, el sexo promiscuo… Estos temas generalmente quedan en profundos silencios, a veces seriamente sospechosos.
Es cierto que debemos destacar, con una mirada llena de esperanza lo positivo de nuestros adolescentes y jóvenes. Hay muchos chicos y chicas que tienen ideales firmes y desean comprometerse y hasta entregar sus vidas en la pureza. Son muchos los que creen que es posible vivir en un mundo más justo y solidario y se empeñan por ello. Los jóvenes constituyen el sector más numeroso de la población. Por otro lado, es necesario señalar con preocupación que «innumerables jóvenes de nuestro continente atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de la pobreza, que limita el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; La socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las instituciones habituales (como la familia, la escuela…), sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; Su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social». (Cfr. Aparecida 444). Hablar de la pureza de vida, como una opción del respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, parece ir a contrapelo del consumismo y de las propuestas permanentes que no toman a nuestros jóvenes como sujetos, sino como objetos de compra y venta. La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. Lo vemos en tantos ejemplos de vida que encontramos en nuestro pueblo.
Nuestros jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que invirtamos en ellos será un
signo de esperanza.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas