El año va llegando a su fin. Finalizan las clases, se acercan las vacaciones y las fiestas. Sentimos el cansancio de un año intenso. En este contexto la liturgia del adviento, que nos prepara para celebrar la Navidad, nos invita a animarnos en la esperanza.
El Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28; 34-36), nos dice que estemos atentos y prevenidos en la esperanza: «Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes» (Lc 21,34). Este texto y la liturgia del adviento, también nos recuerdan la esperanza de los cristianos en la segunda venida del Señor. Es el reclamo esperanzador del Apocalipsis, hecho en medio de dificultades y signos de muerte y que la liturgia retoma en las celebraciones en el adviento: «Ven Señor Jesús».
Las celebraciones que nos preparan para la Navidad subrayan el sentido pleno de la esperanza cristiana, la esperanza escatológica, la del final de los tiempos. Pero de ninguna manera esta proyección que nos hace reclamar «Ven Señor Jesús», nos deja en la pasividad. Esta sería una espera alienante mientras que la esperanza cristiana, por el contrario, nos exige comprometernos con el presente y evangelizar nuestra cultura y nuestro tiempo. El tema de la esperanza es clave en la espiritualidad del adviento y en la preparación del nacimiento de Jesús en la Navidad. Es importante que entendamos que la esperanza cristiana tiene un profundo contenido teológico. Es necesario aclararlo porque a la palabra esperanza podemos darle solo un significado temporal y reducirla a expectativas inmediatas que, aunque puedan ser válidas, no son suficientes para captar la esperanza cristiana. Si bien la misma nos compromete en el presente, no puede desligarse del futuro.
Un excelente texto de la Conferencia Episcopal Argentina en el que el Cardenal Estanislao Karlic tuvo especial participación, desarrolla el tema de la esperanza. Se trata de «Jesucristo, Señor de la Historia», allí se señala: «El camino de la vida es muy diferente de acuerdo al final que uno presiente o imagine. ¿Es acaso lo mismo si al final del camino no hay nada ni nadie, o si en la meta de la existencia hay una Presencia y un abrazo?. Peregrinar la vida, engendrar y educar hijos, construir historia, apostar al amor y forjar futuro no tiene los mismos motivos si el vacío lo ha devorado todo o si al final nos espera Alguien. La situación cultural actual, crecientemente plural, nos invita a redescubrir la originalidad del mensaje judeo-cristiano sobre la historia: un camino personal y comunitario con origen, sentido y plenitud final en Dios» (15).
Es cierto que se multiplica una gran variedad de propuestas sobre el futuro de la humanidad y lo que vendrá: «Para algunos, el mundo está cerca de su final catastrófico, la destrucción estaría a las puertas y hasta tendría fecha precisa. Extrañas predicciones, antiguas y nuevas, asegurarían que el final está cerca. Para otros, el universo está en su infancia, recién ha concluido su primera etapa de vida, ha comenzado una nueva era.
Hay quienes piensan que simplemente no hay futuro, el porvenir posee tan poco significado como lo tiene el presente y lo tuvo el pasado. Otros viven como si todo se redujera al instante, al hoy y aquí, para alcanzar el mayor bienestar posible… el futuro sería una ilusión que distrae del presente e impide vivirlo a fondo. La falsa idea de la reencarnación, la afirmación de que tenemos varias vidas sucesivas, lamentablemente gana hoy adeptos, incluso entre los cristianos» (15).
En este contexto la liturgia del adviento nos prepara para celebrar el nacimiento de Jesús. Hace que cada año presente la posibilidad de que convirtamos nuestro corazón a la sencillez del pesebre. La lectura del libro del Apocalipsis nos hace reclamar: «Ven Señor Jesús». Esta esperanza nos hace comprometernos con el presente, sin absolutizar cosas, ni crearnos expectativas o mesianismos falsos que siempre terminan frustrándonos.
Solo Jesús, el Emmanuel, el Dios con nosotros, es nuestro absoluto, y desde Él tenemos una comprensión más profunda de la esperanza. ¡Ojalá que en la Navidad podamos volver al Señor que nace en el pesebre!
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas