¡Cuánto deseo compartir la alegría profunda de la celebración de la Pascua! La necesidad de expresar que no es suficiente celebrar este día solamente con algunos adornos especiales, ambientación, o bien una comida diferente, sino de pedir la gracia a Dios de poder tener una experiencia de fe personal y comunitaria del encuentro con la persona de Jesucristo, el que murió y resucitó.
El Evangelio de este domingo (Jn 20,1-9) nos muestra el desconcierto que sintieron quienes fueron al sepulcro aquella madrugada del domingo no encontrando el cuerpo del Señor: «Pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos…» (Jn 20,9).
Algunos versículos más adelante San Juan nos relata el gozo que experimentaron los Apóstoles con el encuentro con Jesucristo, resucitado: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “la Paz esté con ustedes”» (Jn 20,19-20).
Esta experiencia del envío y de la evangelización, desde el encuentro Pascual con Jesucristo, el Señor, es lo que estamos experimentando en el caminar de nuestra Diócesis en estos años. Renovando permanentemente nuestro encuentro con Él y buscando caminos y desafíos a asumir en la evangelización nos llevan a tener una actitud de profundo agradecimiento por su presencia salvadora. Durante estos años en las Asambleas Diocesanas buscamos mejorar la comunión en la pastoral orgánica como Pueblo de Dios, con luces y sombras y experimentar al Cristo Resucitado.
Esta experiencia pascual es la que nos lleva a repetir aquello que señala Aparecida y que expresa tan bien el fruto del encuentro con el Resucitado. «La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo».
Este gozo pascual que debemos experimentar tanto personalmente como en comunidad eclesial no parte de la nada. Hubo en nuestras tierras testigos de Jesucristo resucitado durante varios siglos y es bueno hacer memoria. El substrato católico que está en nuestra gente expresado sobre todo en tantas manifestaciones de religiosidad popular fue establecido y dinamizado por una vasta legión misionera de obispos, sacerdotes, consagrados y laicos. Está ante todo la labor de nuestros santos, como Toribio de Mogrovejo, Rosa de Lima, Martín de Porres, Pedro Claver, San Roque González, San Juan del Castillo y San Alonso Rodríguez, entre otros… quienes nos enseñan que, superando las debilidades y cobardías de los hombres que los rodeaban y a veces los perseguían, el Evangelio, en su plenitud de gracia y amor, se vivió y se puede vivir en América Latina como signo de grandeza espiritual y verdad divina.
Como en nuestro pasado, hoy también la celebración de la Pascua nos renueva en la esperanza. Como los Apóstoles en el texto del Evangelio de este domingo, como tantos santos, mártires, hombres y mujeres en nuestra historia, nosotros también necesitamos encontrarnos con Cristo Resucitado, para ser signos de esperanza y transformación en nuestro tiempo.
¡Feliz Pascua!
Mons. Juan Rubén Martínez, Obispo de Posadas